El Papa Alejandro III aprobó la Orden el 5 de Julio de 1175, considerándola de gran utilidad para la Santa Madre Iglesia Católica.
Las Monjas Comendadoras de Santiago, parte integrante de la Orden Militar de de los Caballeros de Santiago, fuimos instituidas "para servicio de Dios y para que con nuestra oración Le demos gloria" y con nuestros sacrificios y penitencias alcancemos del Señor el triunfo de la Santa Iglesia sobre todos sus enemigos.
Nos consagramos a Dios en la Orden, mediante los votos de castidad y pobreza en la soledad del Monasterio con una vida de silencio, oración y sacrificio. Cooperamos con Jesucristo en la extensión de su Reino y la salvación de las almas.
A las Monjas Comendadoras de Santiago nos compete repetir en la Iglesia la figura de Santiago, empeñadas en seguir la misión que Cristo nos confío: inmolarnos por su amor en favor de todos los hombres desde nuestro claustro contemplativo.
Vivimos nuestra consagración a Dios mediante:
Con el canto de la Liturgia de las Horas y la oración personal damos gloria a Dios en nombre de la Iglesia e intercedemos por todos los hombres.
La Presencia real de Cristo Sacramentado es el objeto principal de nuestra vida y fuente de nuestra alegría y nuestra entrega.
"Cristo se convierte todos los días para la Comendadora de Santiago en don esponsal a través de la Eucaristía y permanece en el Sagrario como centro de la plena Comunión de amor con Él".
"La Comendadora de Santiago sabe que en la Eucaristía vive presente y resucitado su Amor único que es Cristo, Dios y Hombre verdadero, su Alma, su Sangre y su Divinidad. Él da todo. La Eucaristía es el molde de la Comendadora de Santiago que debe corresponder con la misma moneda dándole cuánto es, cuanto tiene y cuanto sabe."
Ella es el camino más recto para llegar a Jesús. En nuestra Orden se la honra con singular veneración en el misterio de su Inmaculada Concepción.
Nuestra Orden es:
Tiene como norma suprema el seguimiento de Jesucristo, y exige la conversión del corazón.
Los fundadores tomaron ejemplo de la primera Comunidad de la Iglesia de Jerusalén
"todos vivían unidos y todo lo tenían en común"
Fieles a la tradición constante de la Orden, hemos de amar a la Iglesia como nuestra Madre y entregarnos a su servicio hasta gastarnos y dar nuestra vida por el ensalzamiento de la Fe cristiana y por la caridad de nuestros hermanos.